La COP20 terminó treinta y seis horas después de lo proyectado. La mayoría de las organizaciones ambientalistas y de la sociedad civil que siguieron como observadores las negociaciones de la cumbre mundial del cambio climático se retiraron esta madrugada de la sede del Pentagonito con la sensación de que el acuerdo alcanzado es débil para reducir las emisiones.

Aunque en la conferencia de prensa posterior Manuel Pulgar Vidal, presidente de la COP20, y Christiana Figueres, la secretaria de la Convención de Cambio Climático de la ONU, resaltaron la importancia de este texto y su esperanza y confianza de que se plasme en París el próximo año, no puede dejarse de mencionar que este documento –que perfila la estructura que debe tener el futuro acuerdo global de reducción de emisiones que se pretende adoptar en la COP21– deja abiertos demasiados frentes que podrían poner en peligro su éxito.

"A Lima se llegó con mucha expectativa para tener un borrador de acuerdo y es más, el Perú renunció a tener una posición y asumió un rol facilitador que todos reconocen pero ha sido insuficiente. Los países nos la han jugado difícil, especialmente los desarrollados", dice a LaMula.pe César Gamboa, director de Derecho Ambiente y Recursos Naturales (DAR).

"Leyendo el borrador del acuerdo, se puede apreciar que se ha querido consensuar pero con ello se han reducido los avances. El futuro acuerdo multilateral ya no sería como el Protocolo de Kyoto, en el que expresamente se señalaba cuánto reducirían sus emisiones de gas de efecto invernadero los países. Ahora lo harán mediante sus contribuciones nacionales, sin una metodología definida. Esto se constituye en una argucia para evitar un compromiso internacional sólido y coherente", advierte. "Estamos ante un nuevo fracaso de las negociaciones internacionales", subraya.

En su opinión, lo destacable es que ha habido avances de participación de la sociedad civil, la mención de financiamiento para la adaptación y más recursos para el Fondo Verde.  

Para Samantha Smith, líder de la Iniciativa Global de Clima y Energía de WWF, los gobiernos reunidos en Lima optaron por un plan 'a medio cocinar'. "Los gobiernos fallaron rotundamente en alcanzar un acuerdo sobre planes específicos para reducir las emisiones antes del 2020, con el cual se sentarían las bases para terminar la era de los combustibles fósiles y se aceleraría el paso hacia las energías renovables y una mayor eficiencia energética".

Recordó que la ciencia es clara a ese respecto y "demorar las acciones hasta el 2020 hará que sea casi imposible evitar los peores impactos del cambio climático". Para ella, "ganó la conveniencia política sobre la urgencia científica". "Los negociadores han desaprovechado la ola de optimismo político sobre la que iniciaron las negociaciones", dijo. [Cabe indicar que Smith dio estas apreciaciones antes de que se aprobara el acuerdo.]

Por su parte, Tatiana Nuño, portavoz de Cambio Climático de Greenpeace España, señaló que el acuerdo "es muy débil en la definición de cómo los países tendrán que presentar los compromisos para reducir las emisiones contaminantes". La negociación climática –apuntó– ha terminado con los países dejando todas las decisiones difíciles para el futuro.

Lo que destacó positivamente la portavoz fue que el texto que se negociará el próximo año considere alcanzar cero emisiones de CO2 para el año 2050". "Vale la pena luchar por ese futuro libre de emisiones al que ya se están uniendo voces de todo el mundo, desde grupos de jóvenes a los líderes empresariales, grupos religiosos y sindicatos", subrayó.

Para Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, la COP20 evidenció que "todavía hay un enorme y creciente brecha entre el enfoque de algunos negociadores del clima y la demanda pública de acción". Desde su punto de vista, este acuerdo debe ser "una llamada a la acción aún más fuerte, para que la gente de todo el mundo exija a los gobiernos un cambio de dirección".

Ciertamente, optimistas y escépticos coinciden en que el acuerdo tiene vacíos, pero también se reconoce que la gestión de Manuel Pulgar Vidal, presidente de la COP20, evitó que esto fuera un retroceso y regresara el fantasma de Copenhague.


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